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El último "¡ajá!": Martin Gardner RIP

6/06/2010 10:56:00 p. m. / Comments (0) / by H.d.H.


Publicado en Radar, Página/12, el 30.05.2010

Por Federico Kukso


Y un día la raíz cuadrada lloró. Y a su llanto desatado se le sumaron en cadena los demás integrantes del lenguaje silencioso del universo, las matemáticas: signos (+, -, *, %, /, =, ^, [, ], >, <), números (naturales, racionales, imaginarios, complejos, infinitos, negativos), ecuaciones, axiomas, teoremas, figuras geométricas. Y más. Hasta la tan esquiva “x” no lo resistió y su inexistente cara conoció las lágrimas. El había muerto. El, quien en casi un siglo de vida había hecho suyas las funciones de un traductor, hechicero, mago, presentador de ceremonias y hasta se había puesto el traje del amigo que sabe y no esconde sus conocimientos, les había dicho chau y hasta siempre al mundo y a todos los seres –reales e imaginarios– que habitan en él. La muerte de Martin Gardner tomó por sorpresa al planeta. De hecho, muchos ni siquiera la registraron ya sea, o bien por ignorancia de su existencia y del peso de su colosal obra en la cultura, o bien por no haber logrado diluir aún el éxtasis festivo del Bicentenario.

Pero a Gardner nunca le importaron mucho las opiniones ajenas y no se hubiera inmutado al saber que millones de personas todavía no lo conocen ni escucharon hablar de él. Los objetivos-guía de su vida siempre los tuvo bien claros: además de incentivar el pensamiento y pretender sacar del mapa a las pseudociencias y a los charlatanes (parapsicólogos, astrochantas y cazadores de enanitos verdes al estilo Fabio Zerpa), este hombre de curiosidad omnívora y que esquivó balas en la Segunda Guerra Mundial se autoasignó el deber de espantar aquel miedo atávico que –supuestamente– irradian las matemáticas y lograr que a grandes y chicos se les prenda la lamparita y comprendan de una vez por todas que no se trata de un saber secreto reservado sólo para unos pocos mortales.

Y eso que las únicas clases de matemáticas que había tomado en su vida habían sido las de la secundaria. Quizás ahí estuvo el secreto del éxito de este filósofo y escritor estadounidense nacido en Tulsa, Oklahoma en 1914, considerado uno de los divulgadores científicos más importante de todos los tiempos: Martin Gardner hablaba y escribía sobre matemáticas como ningún matemático.

En sus columnas mensuales en la revista Scientific American –Juegos Matemáticos, publicadas entre 1956 y 1981–, en su libro Alicia anotada –en el que revela como nadie los acertijos, juegos y símbolos de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo de Lewis Carroll–, sus explicaciones sobre las paradojas visuales de M. C. Escher y en el resto de sus 70 obras le dio forma a aquel subgénero conocido como “matemáticas recreativas” que a través de juegos, adivinanzas, ilusiones ópticas, problemas de deducción, observación e ingenio buscan disparar en el lector “Reacciones ¡Ajá!” (Gotcha! reaction, como las llamó) o sea, aquel chispazo mental o efecto de asombro que despierta el resolver o percatarse de los secretos de un desafío.

Sin embargo, su pasión por las matemáticas –que la transmitía siempre con un estilo ameno, fluido e irónico y tendiendo puentes con el arte y la literatura– ocupó una fracción en su vida. Porque Martin Gardner más que un hombre que mostraba cuán fácil era aquello que parecía tan difícil fue un maestro de la duda: junto a sus amigos Carl Sagan e Isaac Asimov creó en 1976 el Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal con el que se convirtió en el desenmascarador de fraudes científicos más inteligente de nuestra época. Desde ahí dirigió su azote contra la cienciología, los productores de mitos y falacias y los cultivadores de falsas creencias (su último artículo publicado se tituló La pseudociencia de Oprah Winfrey). “Durante más de medio siglo, Martin Gardner ha sido el faro más luminoso en la defensa de la racionalidad y la auténtica ciencia frente al misticismo y antiintelectualismo que nos rodea”, llegó a decir de él el gran paleontólogo Stephen Jay Gould.

Maestro de activistas ateos (del biólogo Richard Dawkins al siempre corrosivo Christopher Hitchens), Gardner hizo escuela: influyó en más de una generación e impulsó siempre a divulgar lo bueno, rechazar lo malo y denunciar lo falso. Y su ausencia ya se siente. A tal punto que su amigo y colega James Randi –mago y declarado enemigo de la parapsicología– lo despidió en su blog diciendo: “Los escépticos nos hemos quedado un poco huérfanos. Mi mundo es ahora un poco más oscuro”.

Martin Gardner, maestro de los juegos y pasatiempos matemáticos, murió el pasado sábado 22 de mayo, a los 95 años, en un hospital de Norman, Oklahoma, Estados Unidos. Entre sus principales libros figuran Circo matemático; Viajes por el tiempo y otras perplejidades matemáticas; ¿Tenían ombligo Adán y Eva?: La falsedad de la pseudociencia al descubierto; Alicia anotada; La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso.

Hombres de ciencia, hombres de fe

6/05/2010 07:18:00 p. m. / Comments (0) / by H.d.H.

Publicado en RADAR, Página/12, 23.05.2010

Por Federico Kukso

John Locke y Jack Shephard. Jack y John. Muy a pesar de Jacob, del humo negro sin nombre ni apellido, del accidente aéreo, de la Iniciativa Dharma, de la escotilla y del resto de los náufragos de peinados perfectos y que aparentemente nunca van al baño, Lost –la primera obra de arte transmediática del siglo XXI– siempre fue algo más: un planeta complejo, caótico e impredecible con dos polos bien definidos, o sea, dos visiones del mundo antagónicas pero coexistentes que dialogan, chocan y se sacan chispas. De un lado del ring, la fe, el dogma y la creencia acérrima en el destino corporizada en Locke. Y del otro, la razón, la ciencia, la duda metódica, el acento en la evidencia y el poder de la observación, todo esto y más personificado y condensado en Jack, el neurocirujano de brazo tatuado, cuyo ojo abre la serie –y seguramente la cierre– en un primerísimo primer plano.

“El show se bambolea entre lo sobrenatural y la ciencia actual, ficción y realidad, y se mezclan las explicaciones científicas con la magia y el mito”, certificó hace unos años Damon Lindelof, uno de los cerebros detrás de la adicción. Y así fue: esa tirante tensión constituyó desde el arranque uno de los motores principales de esta experiencia narrativa hipertextual –con temas que se conectan siempre con otros temas– que no deja de atrapar, desorientar, confundir y volver a atrapar.

Las piezas estaban ahí, a la vista: los nombres de ciertos personajes clave como Daniel Faraday –bautizado en honor al físico y químico inglés Michael Faraday (1791-1867), uno de los pioneros en el estudio del electromagnetismo–, George Minkowski –referencia al matemático alemán Hermann Minkowski (1864-1909), especialista en teoría de números y la teoría de la relatividad– y Eloise Hawking –en honor al astrofísico inglés Stephen Hawking, cuyo best-seller, Breve historia del tiempo, apareció dos veces en la serie–; la repetición de una ecuación matemática –la “ecuación Valenzetti”: 4, 8, 15, 16, 23 y 42–, un teorema inventado para la mitología lostiana que predice el número exacto de años y meses hasta que la humanidad se extinga a sí misma. Y, sobre todo, la alusión a conceptos de mecánica cuántica, relatividad y otras disciplinas como “energía electromagnética”, el “efecto Casimir”, “agujeros de gusano” y, sobre todo, “materia exótica”, ni más ni menos que “el combustible básico para los viajes en el tiempo”, en palabras del popular físico teórico Michio Kaku, que escribió largo y tendido sobre estos ejemplos de ciencia pop.

Mientras que en la mayoría de las series de ciencia ficción las ciencias actúan superficialmente como maquillaje –un lenguaje críptico para otorgarle a la historia un velo de seriedad–, en Lost fueron cruciales, principalmente a lo largo de la cuarta temporada, cuando se revelan los experimentos de los científicos de la Iniciativa Dharma en la Estación Seis o La Orquídea, en los recordados “videos de orientación”. De hecho, las ciencias –física, sociología, antropología– constituyeron una pieza narrativa central del rompecabezas: el ancla de Lost, el contrapeso del cual se valieron los guionistas para que la historia –¿pensada desde un principio?– inquietase y desconcertara con sus adorables delirios dentro de un marco de cierta racionalidad.

Sin embargo, cuando los guionistas ya no precisaron de este elemento (la retórica física, los pizarrones colmados de fórmulas y garabatos, los personajes con bata blanca) para inquietar y disparar infinitas conjeturas e interpretaciones en el espectador, simplemente, lo apartaron del mapa. Y la bipolaridad –“hombre de ciencia, hombre de fe”– simplemente se licuó.

Con la metamorfosis de Jack y su grito desesperado de “¡tenemos que volver!” (a la isla), la balanza terminó por inclinarse hacia el lado del discurso fantástico y mitológico, lo incalculable e inaprehensible, un ámbito sin certezas ni puntos de equilibrio, sin respuestas últimas.

Por eso, Lost será recordada, además de por haberle dado la espalda al canon televisivo estadounidense (el de los finales felices y donde todas las puertas abiertas finalmente se cierran), por haber sido un experimento –una droga televisiva– donde las preguntas y las dudas fueron, antes que los actores, las verdaderas estrellas.