La burocracia de las felicitaciones

¿Para qué se dice "feliz año nuevo", "feliz año", "felicidades"? ¿Para cumplir con un mandato social que dice que HAY que desear feliz año o si no no sos nada? ¿Hay un verdadero deseo detrás de esa frase casi siempre vacía y hasta automática? El problema está en realidad cuando uno le desea feliz año a todo el mundo, incluso a los que uno sabe que no se merecen tener un buen año.

No exit

No hay escapatoria. Por más que lo intentes, no hay manera de no ser el blanco de un bombardeo mediático de malas noticias, pálidas, sabores amargos: los aumentos cotidianos (el agua, el subte, el colectivo, la comida, la ropa, TODO, como si fuera algo tan propio de la naturaleza), el calor aplastante (sí hace calor, ¿no se dan cuenta que decir "qué calor que hace" o hablar siempre del calor hace que haya más calor?), los muertos en accidentes de tránsito, las hambrunas en Africa, la pobreza en el mundo, los desastres naturales, el futuro oscuro, las pelotudeces del Papa, la iglesia (esos chorros pederastas), la sobrepoblación... la barbarie. No hay salida: aunque apagues la tele o la computadora, aunque no te conectes al messenger, aunque no mires ni un diario, esos bajones estarán siempre ahí, para recordarte que la felicidad y la tranquilidad son sólo marcas, un eslogan del mercado moderno.

Microroces

Cuando uno se encuentra/se junta/tiene una reunión con colegas se producen inevitablemente "microroces". A saber: disputas por la elección del lugar, de la hora, de la comida/bebida, por la disposición de los lugares (todo el mundo sabe que en una reunión de más de 10 personas uno siempre termina hablando con los que están al lado y al frente nada más), reproches de los más bajos en forma de chiste sobre el lugar elegido (comentarios habitualmente de aquellas personas dubitativas que no eligieron lugar), choques por ver quién alza más la voz y se hace oír... Y más. Las dinámicas siempre son las mismas: aunque no se instale como tal, hay una persona --o dos a lo sumo-- a donde enfilan todas las miradas. Es el centro de atención (aunque no ocupe "un centro"). Se trata de un resabio evolutivo: un comportamiento ancestral de dirigir y dejarse ser dirigidos.

Basta con la mentira

Señores: ¡los del Coro Kennedy cantan mal y se visten peor! Sépanlo.

¿Y vos cuál sos?

Psicólogos, sociólogo et al. deberían empezar a abrir los ojos y reconocer que fuera de sus consultorios y facultades hay un mundo de objetos que definen y construyen personalidades, perfiles, habitus, modos de comportamiento. Por ejemplo, hay una costumbre, una elección, un gusto que categoriza a la gente como ningún otro: el aderezo. Sí, así es: hay personas "mayonesa", personas "mostaza", personas "ketchup" (el que escribe), personas "salsa golf" y desde ya personas "que mezclan". Qué rasgos concuerdan con qué elección aún está por verse, pero advertir esto es un comienzo.

Cloverfield (JJ Abrams )

Cloverfield "Monster" TV Spot

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Mandato

Aunque uno quiera, no se puede escapar del reinado de la matriz judeo-cristiana. Se crea en lo que se crea, por vivir en una sociedad barnizada por tanta idolatría santa, uno termina cayendo en sus redes. Si no, la confesión --el contarle algo a alguien, extirpando ese algo de las sombras del secreto-- no tendría tanto peso. Confesar algo es sacarlo a la luz no sólo para el otro si no para uno mismo. Cuando uno cuenta se lo cuenta a sí mismo, realizando en cado relato un acto de reivindicación: de una identidad, de una forma de ser, en definitiva, de una elección que te hace ser vos y no otro.

Se olvidaron de Gilligan

Advertencia

Prenseros, sépanlo: no queremos mails de "felices fiestas". Nosotros queremos regalos.
Los estamos observando.

Conexión

Por lo general, las bandas de rock reclaman dos entregas: por un lado, desde ya, una entrega monetaria (la entrada) y una entrega, digamos, física, emocional. Algunos espectadores sólo van a ver de qué se trata --como el curioso frente al accidente de tránsito-- mientras que otros se entregan completamente: cantan cada tema, hacen gestos con las manos (imitan a la batería o a la guitarra), se mueven epilépticamente, alzan el brazo y las manos reclamando ser vistos o simplemente para estirarse y dejar que la música --esos sonidos bajos-- los envuelvan.

Demian existe

Bizarro world

Una de las confusiones más enquistadas en el mundo virtual (aquel continente inasible que se codea con la realidad) es suponer que lo que se dice/confiesa en MSN está en continuidad con el plano de lo real. O sea, suponer que se aplican sobre ambos discursos las mismas leyes, las mismas maneras de codificación/decodificación. Craso error: lo que se dice en MSN queda en el MSN. Ahí uno es otra persona y esa otra persona NO es uno.

La mirada omnívora

Comer solo en un bar o restaurante despierta en uno actitudes, gestos, modismos que se pensaban o bien superados o bien sepultados en el cofre de los comportamientos frecuentemente no utilizados. La cosa es que cuando uno está acompañado la mirada por lo general se dirige hacia el interlocutor. En el caso de estar solo, en cambio, la mirada flota: no se deposita en una persona en particular sino en todas. La mirada es por definición omnívora e insaciable. Mirás los autos pasar, mirás la gente pasar, mirás cómo el mozo pone cada mantel de papel con dedicación (son las 12.05 antes que, en Av . Corrientes y Reconquista aterrice el malón de bancarios-oficinistas hambrientos)...mirás todo y mirás nada porque esas miradas no capturan; simplemente, fluyen de A a B para mantenerte entretenido y para olvidar por un momento que sí hay un interlocutor ahí presente: uno mismo.

Turista

Lo primero que uno advierte en una ciudad distinta a la propia (como si uno pudiera reclamar una --y tan solo una-- ciudad como de su pertenencia) no es la arquitectura distinta, los aires extraños, los accidentes geográficos únicos o las caras y cuerpos de sus habitantes: lo que se advierte con más fuerza es la discursividad inherente que se impregna en cada uno de los carteles de sus calles. Porque si cada ciudad es un mundo, cada ciudad es también una colección particular de discursos. En conjunto, las marcas, las rimas de venta, los juegos de palabras en las publicidades, los graffities de las paredes, los nombres de calles, pizzerías, boliches, restaurantes... y más hablan de la ciudad como un todo. No salen en las postales ni en los mapas turísticos pero ellos están. Desde el bar/restaurant "La Pasiva" en Montevideo al aviso de "No vendimos la grande, pero estamos en eso" (que se lee en una pared de un local de venta de lotería/quini 6 en Rosario) demuestran que cada ciudad abre la posibilidad de una cadena de discursos y no otra. El hecho de advertir estos guiños y percibir estas cadenas de significación como extrañas, curiosas, jocosas (y no el pasaporte o el idioma) es lo que te instaura como extranjero, como un verdadero turista.

¡Horror!

Finalmente se confirmó la debacle de los académicos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se dice por ahí que un doctorando se propone vívidamente analizar las metáforas de las canciones de Ricardo Montaner. Su hipótesis --confirmada desde el vamos-- es que son tan elevadas como las utilizadas por Kundera, Dickens, Dostoievski, Kafka y Salinger combinadas.

Pertenecer

"Apalancar", "monetizar", "twittear"... ¿hasta dónde se pueden llegar a doblar las palabras y hacerlas entrar en un discurso que se pretende "cool" (fea palabra), canchero, modernoso? El hecho de trabajar con tecnologías constantemente llamadas "nuevas" no obliga al interlocutor a disfrazar su discurso con retoques de ese estilo. Si comunicar es decir algo a alguien, en este caso el mensaje es lo obsoleto: la preocupación del hablante está en sí mismo y en nadie más. Mostrar, exhibir, ostentar cierto manejo de la lengua que da cuenta de una pertenencia a un colectivo más grande: el pertenecer mucho no importa. Vale sí el mostrar que se pertenece. Porque si uno no pertenece a algo, uno no existe.

De verdad

Ciertas frases inentendibles cobran sentido solamente una vez que uno las congela y las disecciona quirúrgicamente. La mayoría de las veces pasan sin ser advertidas, sin que alguien se pregunte "¿lo qué?". Es, por ejemplo, lo que ocurre con la últimamente habitual expresión "gracias, de verdad". Se la suele escuchar salir de boca de participantes fugaces y olvidables de realties, de modelos transformadas por acto de magia en cantantes y de cualquiera que exagera su agradecimiento buscando en un otro cierto plus de atención. El "de verdad" en realidad es el elemento extraño: ¿hay motivo para resaltarlo? Si uno lo omite, ¿significa que no es de verdad el gracias? Algo pasa ahí. Algún proceso psíquico inadvertible está en funcionamiento.