Turista

Lo primero que uno advierte en una ciudad distinta a la propia (como si uno pudiera reclamar una --y tan solo una-- ciudad como de su pertenencia) no es la arquitectura distinta, los aires extraños, los accidentes geográficos únicos o las caras y cuerpos de sus habitantes: lo que se advierte con más fuerza es la discursividad inherente que se impregna en cada uno de los carteles de sus calles. Porque si cada ciudad es un mundo, cada ciudad es también una colección particular de discursos. En conjunto, las marcas, las rimas de venta, los juegos de palabras en las publicidades, los graffities de las paredes, los nombres de calles, pizzerías, boliches, restaurantes... y más hablan de la ciudad como un todo. No salen en las postales ni en los mapas turísticos pero ellos están. Desde el bar/restaurant "La Pasiva" en Montevideo al aviso de "No vendimos la grande, pero estamos en eso" (que se lee en una pared de un local de venta de lotería/quini 6 en Rosario) demuestran que cada ciudad abre la posibilidad de una cadena de discursos y no otra. El hecho de advertir estos guiños y percibir estas cadenas de significación como extrañas, curiosas, jocosas (y no el pasaporte o el idioma) es lo que te instaura como extranjero, como un verdadero turista.