Esto es un texto bastante volado que escribí hace unos años (juro que no tomé nada para inspirarme) y que cruza cierta veta profesional con lo personal (cual es cual, siempre será un misterio). Me lo acabo de topar, como cuando uno encuentra una foto enterrada en una montaña de papeles y se queda congelado mirándola por varios segundos. Lo subo acá solo para no perderlo.
El futuro no tiene nombre ni apellido. No se sienta porque no tiene rodillas y no se para porque le faltan ligamentos. No come pizzas de alcauciles, tortas de banana, ravioles con salsa blanca ni milanesas con puré, porque no tiene boca, dientes, lengua ni saliva. Tampoco toma todos los días el colectivo 160, el 126, y ni siquiera la línea E de subte.
El futuro no respira, no corre, no transpira, no se enferma, no habla por teléfono, no toma azúcar (ni siquiera en cubitos).
Sin embargo, vive en la Luna, almuerza con extraterrestres y su pecado favorito es la euforia. Siempre lo llaman, lo evocan, lo prometen y lo sueñan, aunque haya algunos que lo nieguen, lo pisen y lo arruinen. La nostalgia es su némesis, y la profecía, su aliada. Y el crack del presente su padre no reconocido.
Desde su Big-Bang, la literatura lo secuestró y no pidió rescate. Nadie sabe cómo, pero la primera bomba atómica y la inevitabilidad de la marea de la Guerra Fría hicieron que de a poco se desvaneciera. Pero por suerte, como todo, todo pasa, y en los plateados ochenta fue nuevamente inflado y coqueteado. No estaba muy lejos. Simplemente estaba.
Era inevitable: autos que hablaban, lagartos alienígenas que mostraban al mundo su verdadero ser arrancándose la piel, un primer oficial con orejas puntiagudas en una nave “Empresa”, un maestro jedi con aires de rana, dos robots histéricos, ufólogos enamorados, federaciones interplanetarias y varias guerras galácticas volvieron a abrir un paisaje sin sustancia pero latente.
Al futuro, el realismo lo esquiva, el punk lo ataca, la ciencia ficción lo adora, el apocalipsis lo clausura y la religión le teme. Los tarotistas dicen ultrajar sus secretos íntimos, pero lo único que hacen es ver los deseos del cliente reflejados. Y aun así, el futuro exige que le crean.
En sus libros, Dick, Ballard, Clarke, Asimov, Verne y Wells se jactan de haberlo secado. Hasta le han dado un nombre a tal deporte: futurismo. ¡Pobres mortales! ¿Acaso no les informaron que al futuro le quedan chicos los “ismos”? Eso será común entre marxistas, surrealistas e idealistas. Pero no para el futuro.
El futuro, que emula el fluir de las películas, en las que el happy ending prologa la partida, se las arregla para vivir de impulsos frenéticos, de ecos agónicos y fantasías electrónicas. Todo tiene que ver con él; todos lo conocen, lean o no este suplemento.
Acorralado por cuatro números (2000), el futuro –provocador de vértigo y arcadas de entusiasmo– se pensó vencido. Lo ayudó el genoma, los clones, los problemas matemáticos sin solución, las vacunas a inventar, los planetas a visitar, los objetos a descubrir, los anhelos de madres, padres, abuelas y tíos.
Seamos pacientes. El futuro no es todavía.
Fragmentos del Ser >>> símbolos, indicios, iconos, signos, metáforas, la nada, el todo, el tiempo, el espacio, la existencia.
El punto f
2/22/2008 12:53:00 a. m. / Comments (0) / by H.d.H.
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