el sandwichito cultural (o hacia una desacralización de la patria escritural)

Las entregas de premios literarios son el mejor momento para testear y advertir la mundanidad de aquellas figuras muchas veces idealizadas llamadas escritores. Ver comer a Alan Pauls unos sandwichitos de lomo (o algo que parecía lomo), a Andahazi zigzaguear entre la gente, a Rivera limpiándose las migajas de sus cachetes, a Ana María Shúa mirando con atención una copa de champán o a Pigna cazando un canapé, baja a estas personas al mismo plano al que vos pensás que te encontrás. Porque es ahí donde toda esa pomposidad literaria se disipa: cuando corren las cortinas y ahí, en el salón rojo (tan Moulin Rouge pero con menos desparpajo prostibular) aparecen las mesas colmadas de comida, nadie --ni escritores, ni cholulos, ni periodistas fotógrafos ni modelos-- puede esconder aquella fuerza visceral que es el hambre. Mujeres sobrevestidas con esa moda de matambre (mucho cuerpo para poca tela), veteranos con sus gatos, mozos perseguidos por infiltrados, conductoras desinformadas, agalardonados soporíferos. Una radiografía del mundo no tan idealizado de la cultura.