Te despertás. Le pegás una piña al despertador y dormís 5 minutos más. Exigís, rogás, 5 minutos más. Y cuando te despertás de nuevo, con esa senasación de que el tren del sueño ya partió y que irremediablemente tenés que arrancar de nuevo, te percatás de que no fueron 5 sino 35 minutos los que se te fueron volando, y que vos, como un gil, estás por llegar 35 minutos tarde.
Te envalentonás, tomás impulso, movés una pierna, después la otra y tocás piso seguro con la misma repulsión con la que Neil Armstrong apoyó sus blancos zapatotes en el grisáceo suelo lunar. Y entonces, el camino eterno, el diario trayecto a la Meca: el trecho que va de la cama al baño. LLegás, por fin. Te mirás al espejo y por un attosegundo no te reconocés. Es más, te sorprendés. Pensás que hay alguien en tu casa. Y peor: mirándote. Seguís en otra parte. Ni allá, ni acá. Sino en una especie de limbo, una sala de estar entre el sueño y la vigilia.
Y de nuevo mirás el reloj. Y por si ese recordatorio de que estás 35 min tarde fuese poco, en la radio no paran de darte la hora como para rememoriarte tu tardanza.
Entonces, ahí, casi sin estar vestido, te creés tu propio cuento de que te hacés el desayuno. "Pseudodesayuno", será más bien. La artificialidad hecha café instantáneo, una galletita humedecida que encontrás por ahí y listo. No tenés tiempo. Sabés que tenés que agarrar ese subte, ese colectivo que pasa en ese horario. Y si no , la catástrofe.
Creés que estás satisfecho, pero no. Sabés que tu estómago te lo reclamará en tan sólo 30 minutos, pero no importa. La cosa es salir, salir como sea.
Te vestís. Una media de un color, otra de otro. El mismo pantalón arrugado, la remera que tendrías que lavar pero estás seguro de que aguanta al menos un día más (la tardanza lo justifica absolutamente TODO), llenás tu mochila, los bolsillos, te asegurás tener la billetera, ochenta centavos si tomás el colectivo (¡buscás monedas como si fuese la búsqueda del tesoro!) y las llaves. Una tragedia si no encontrás las llaves.
Y salís, pensando que tenés todo lo que vas a necesitar ese día cuando en realidad te olvidás algo, seguro lo más importante. Caminás rápido, afiebrado. Saludás al portero, esquivás jubilados que cual turista en peatonal van a 2 m por hora.
Entonces pueden pasar dos cosas: si tomás el subte, llegar justo cuando a todo el mundo se le ocurrió tomarlo y ver cómo se forma una cola descomunal, con gente a otro ritmo, cultores del nuevo movimiento filosófico "slow life". Pagás y entrás. Y justo, justo ahí, ves como la formación se aleja, riéndose en tu cara.
Opción b: decidís ir en colectivo. En el camino a la parada te palpás el bolsillo para ver si tenés monedas. Te fijás que la de 50 centravos no sea trucha y cuando levantás la cabeza, ahí está. Sí, apenás llegás a la esquina, a 15 metros de la parada: el colectivo furtivo que se fue.
Tanto en la situación a como en la b el tiempo se detiene, se hace chicle. Y entonces, mientras puteás a nadie, te das cuenta de que tu ajetreo anterior no sirvió para nada.
Fragmentos del Ser >>> símbolos, indicios, iconos, signos, metáforas, la nada, el todo, el tiempo, el espacio, la existencia.
Relatividad
4/06/2006 04:37:00 a. m. / Comments (0) / by H.d.H.
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