Animal

Ser un animal social tiene sus rispideces; sobre todo cuando tu cabeza se mueve a mil, si vivís en un estado de neurosis permanente y ves desde afuera todo lo que sucede. Caer en un lugar donde abundan los desconocidos es tan inquietante como llegar a una reunión, cena, recital, encuentro de conocidos. No es que te sientas más cómodo en un lugar que en el otro: son distintos y parecidos en varios aspectos. En un lugar donde no conoces a nadie sos una página en blanco. Un cuerpo, una cara nueva. Alguien con gestos interesantes o que pasan desapercibidos. Alguien. Es bueno y es malo. El borrón y cuenta nueva también actúa sobre todo lo que considerás bueno en vos, esas características con las que te vendés y explotás en una especie de marketing narcisista. La otra opción, en cambio, no deja de ser diletante. La palabra no es "incomoda". Al fin y al cabo, uno, aunque lo pretenda, nunca se muestra frente a conocidos y desconocidos tal cual es en la privacidad de su casa, pieza, lugar privado en el mundo. Siempre impostás algo. Mirada, humor, comentarios, predisposición. Tu menú de opiniones también se adecua, y varía. No es falsedad. Es sociabilidad.