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Pelearse en un colectivo puede ser catártico. Sobre todo cuando uno está 100% seguro (durante y después del pleito) que uno tuvo razón. Y así lo sigo sosteniendo. Porque, ¿a qué mina descerebrada se le ocurriría taponear con su vieja humanidad el pasillito que separa la zona donde está la máquina expendedora de boletos y la zona de los asientos? Evidentemente esta señora pensaba que tenía la figura de Nicole Neuman y que cualquiera podría eludirla con un simple movimiento de caderas. Pero no. Como todo el mundo sabe, la gente es tonta, el argentino es tonto, y cual espécimen de rebaño no protesta. Bueno, no fue este el caso. Lo curioso de todo esto es que cuando uno intercambia oraciones en voz alta el resto del colectivo se calla como queriendo que ese relámpago de oratoria continuase y los despertase de su sueño ambulante.