El límite

En una época donde el trabajo está sobrevalorado, pensar en descentralizar de la vida de uno las obligaciones diarias es más fácil que hacerlo. Se piensa la vida en relación al trabajo y no el trabajo en relación de la vida. Así y todo, no hay un "modelo laboral". Cada lugar/profesión/oficio tiene su dinámica propia, sus leyes físicas invisibles que uno recién advierte cuando deja de ser "el nuevo" para formar parte del mobiliario como las plantas, las columnas y las sillas. Están los trabajos de reuniones permanentes (¿qué se hacen en ellas? ¿por qué tantas?), trabajos de funciones casi atómicas donde uno trabaja en lo suyo (soledad/aburrimiento/plomazo/falsa sensación de libertad/desapego), en los que uno es sobre exigido, en donde uno es subexigido (sin incentivación), en los que uno entra muy temprano y en los que uno entra tarde y se va tarde, mientras los demás ya están cómodos en sus camas con la panza llena. Y aunque uno diga que no ("a mi no"), aunque uno no quiera ("ni a palos"), lo cierto es que estas leyes modulan la personalidad, la subjetividad, el temple del trabajador. Son fuerzas tan opresivas como la inercia. Sólo que no las ves, pero están: las sentís en tus sueños, en tus proyecciones, limitando tu imaginación.