yo me conecto, tu te conectas...

Si algo garantizaba el teléfono de línea era la seguridad de saber que el interlocutor estaba quieto, fijo, clavado en un lugar, limitado en movimientos por los caprichos del enrulado cable telefónico. Después vino el teléfono inalámbrico y todo se fue al carajo: lo que antes era una certeza, se volvió una probabilidad. La cosa no sólo era imaginar los gestos, las reacciones, los movimientos corporales de la persona con la que uno hablaba; ahora había que sospechar en qué habitación de la casa estaba, qué estaba haciendo, que malabares hacía con la otra mano libre, etc. Y cuando se pensaba que hablar por teléfono ya era demasiado trauma psicológico, apareció el celular: ahora la pregunta más frecuente tras el vacío "hola, ¿cómo estás?" (porque ya ni los nombres se anuncian porque el aparatito todo lo sabe) es "¿podés hablar?" como si uno tuviese que pedir permiso para interrumpir las actividades del "llamado". El circuito que antes se acotaba a unos 3 metros cuadrados, luego a toda la casa, ahora se extendió casi a todo el mundo.
Todos conectados, todos felices. Iupi!!