A última hora

Cuando te piden a último momento del viernes escribir una nota (para otra sección), intentás poner tu mejor cara. Sabés que no podés decir que no, bah, podés, pero "no queda bien". Y lo sabés. Ya habías entrado en tu fin de semana, ya hiciste todo lo que tenías que hacer, cuando lo ves al editor venir, acercarse a vos, para volverte a meter en tu semana laboral de nuevo. Igual, quizás esa sensación ambivalente (no querés escribir, pero al mismo tiempo querés) te sirve: escribís más rápido, se te ocurren frases menos "lugares común", "menos cable"; el mundo exterior desaparece. No te importa que suenen al unísono todos los teléfonos, que tu maldita computadora no prenda, que te hayan robado 80 mil veces tu silla (sí, ya sé quién me la roba siempre para colgar su saco, "¡oh, gran periodista de tv!"), que tu jefe te hable y te hable mientras vos mirás fijo el monitor. No importa nada de eso: vos, a lo tuyo. Lo primero que hacés es firmar, escribís la primera línea (la fundamental, claro), terminás el primer párrafo y lo demás sale rápido. La releés buscando errores garrafales (de esos que advertís siempre al otro día y te jurás de que no van a volver a suceder), pasás el corrector de ortografía. Y la entregás. Agarrás tus cosas, apagás la máquina y adiós. Me fui.