Artes y oficios

Cazador de miradas. Ése es un trabajo que pinta bien. Profesión a tiempo completo y con alto requerimiento de paciencia, me parece que es una tarea que me gustaría emprender en algún momento. Reconozco que soy muy bueno. Lo practico incluso cuando me siento en mi trabajo y enfilo los ojos al monitor de pantalla negra que se cae de viejo con solo bostezarle al lado.
LLego. Firmo. Miro al de la puerta que ni me detecta. Giro a la derecha, abro la puerta pesada de vidrio y entro. Computadoras acá, almanaques por allá, restos de cigarillos alfombran el piso. Los bidones de agua están secos. El reloj no da la hora. Escucho teléfonos que suenan. Los miro. Me miran. No, no los atiendo. Que suenen.
Qué novedad: me quitaron mi silla. No importa, elijo otra. Las ventajas de llegar temprano. Prendo la máquina. Tarda. Espero. No arranca. La prendo de nuevo. Ahora sí. Hago que me arremango. Concentración extrema. Pasan cinco minutos y ya miro al techo. LLega uno, pasa por el pasillo-pasarela que da frente a esa especie de escritorio único en el que estoy sentado. Lo veo. Me mira. Saludo. Sigue su camino.
Me levanto. Camino 5 metros y voy a la computadora con internet. Chequeo mails. Veo blogs. Aún no llegó nadie y no estoy apurado.
Vuelvo. Son las 4. Hay poca gente. Nadie con quien hablar. Leo el diario. Me pregunto: ¿y si mañana llego más tarde, qué?
Veo una remera de The killers. Está buena. Me sorprenden los que aparercen con una remera de una bandas distinta todos los días.
Ahora sí, son las 5. La cosa empieza a ganar movimiento. Más saludos casuales.
Veo que me miran. Sigo tecleando.
Escucho conversaciones a lo lejos. Intento reconstruir esos diálogos. Lleno los baches.
Llegan más. tengo con quien hablar. Tema: Prison break. Tema: los spots de 24. Tema: River como cabaret. Tema: vacaciones, las garotas brasileras y su "actitud".
Mientras tanto escribo. Hablo, tomo agua, hago que escucho. Hablo por teléfono, contesto el teléfono. Voy al baño. Voy al archivo. Bajo. Hablo de nuevo.
Total, mi jefe no viene, casi como siempre. Mejor. Soy mi propio jefe.
Escribo, lo leo, lo edito, lo mando. Espero. Corrijo de nuevo.
Pasa un jefe de sección. "¿Y si le propongo tal nota?", me pregunto. Ya me publicaron tantas y ni me las pagaron. "¿Para qué me gasto si al parecer le da igual que publique en su suplemento que no?".
Veo gente que conversa a lo lejos. Se ríen. Y yo, el único de una sección de una persona (dos, pero él mucho no cuenta), emplazado físicamente en una con temas que no son los míos.
"Me gustaría estar en una sección para hablar con gente interesante; gente que admiro", pienso.
Apago la computadora. Chequeo los mails en la otra máquina. Apago la computadora.
Son las 9. Los debates y las charlas terminaron. Todo el mundo calla. Miran sus computadoras. Teclean. Teclean. Piden café. ALgunos rescatan una últuima ensalada de frutas.
Algún amigo me manda un mensaje de texto. "¿Salimos el viernes", dice. "Claro; eso no se pregunta", respondo
"¿Cuántas líneas?", grita uno al lado mío. El otro en la esquina le responde: "¿cuánto te da?". "70", dice. "Hacé 90", responde.
El primero me mira. No hay que cruzar palabras. Sé lo que significa esa mirada de desconteto y bronca.
Me levanto. Saludo. No me responden al toque. Saludo aca, saludo alla.
Mañana cazaré más miradas.
Me fui.